“Es un ideal por el que espero vivir, pero por el que estoy dispuesto a
morir”
El líder ‘antiapartheid’ compareció
el 20 de abril de 1964 ante el Tribunal Supremo de Pretoria y explicó por qué
recurrió a la violencia para combatir el racismo. Fue condenado a cadena
perpetua. El discurso marcó para siempre su biografía. Estas fueron sus
palabras:
“Soy el primer acusado. Soy
licenciado en arte y he ejercido como abogado en Johannesburgo durante algunos
años en colaboración con Oliver Tambo. Soy un prisionero condenado a cinco años
por salir del país sin permiso y por incitar a la gente a hacer huelga a
finales de mayo de 1961.
De entrada, quiero decir que la
insinuación de que la lucha en Sudáfrica esté influida por extranjeros o
comunistas es absolutamente falsa. Sea lo que sea lo que he hecho, lo he hecho
por mis experiencias en Sudáfrica y mis raíces africanas, de las que me siento
orgulloso, y no por lo que cualquier extranjero pueda haber dicho. Durante mi
juventud en Transkei, escuché a los ancianos de la tribu contar historias sobre
los viejos tiempos. Entre las historias que me narraron se encuentran las de
las batallas libradas por nuestros antepasados en defensa de la patria. Los
nombres de Dingane y Bambata, Hintsa y Makana, Squngthi y Dalasile, Moshoeshoe
y Sekhukhuni, eran elogiados y considerados el orgullo de toda la nación
africana. Por entonces yo esperaba que la vida pudiese ofrecerme la oportunidad
de servir a mi pueblo y hacer mi humilde contribución a su lucha por la
libertad.
Algunas de las cosas que se le han
dicho al tribunal hasta ahora son ciertas, y otras falsas. No niego, sin embargo,
que planeé un sabotaje. No lo hice movido por la imprudencia ni porque sienta
ningún amor por la violencia. Lo planeé como consecuencia de una evaluación
tranquila y racional de la situación política a la que se había llegado tras
muchos años de tiranía, explotación y opresión de mi pueblo por parte de los
blancos.
Admito de inmediato que yo fui una de
las personas que ayudó a crear Umkhonto we Sizwe [brazo armado del Congreso Nacional
Africano]. Niego que Umkhonto fuese responsable de una serie de actos que
claramente están al margen de las políticas de la organización y de los que se
nos ha acusado. Yo y las demás personas que fundaron la organización pesamos
que sin violencia no se abriría ninguna vía para que el pueblo africano venza
en su lucha contra el principio de la supremacía blanca. Todas las formas
legales de expresar la oposición a este principio habían sido proscritas por
ley y nos veíamos en una situación en la que teníamos que elegir entre aceptar
un estado permanente de inferioridad o desafiar al Gobierno. Optamos por
desafiar la ley.
Primero infringimos la ley de un modo
que eludía todo recurso a la violencia; cuando se legisló contra esta vía, y a
continuación el Gobierno recurrió a una demostración de fuerza para aplastar la
oposición a sus políticas, solo entonces decidimos responder a la violencia con
violencia.
El Congreso Nacional Africano (ANC, por
sus siglas en inglés) se constituyó en 1912 para defender los derechos del
pueblo africano, que se habían visto gravemente coartados. Durante 37 años – es
decir, hasta 1949 — llevó a cabo una lucha estrictamente constitucional. Pero
los Gobiernos blancos se mantuvieron inamovibles y los derechos de los
africanos se redujeron en vez de ampliarse. Incluso después de 1949,
el ANC seguía decidido a evitar la violencia. En esa época, sin embargo,
se tomó la decisión de protestar contra el apartheid mediante
manifestaciones pacíficas, aunque ilegales. Más de 8.500 personas fueron a la
cárcel. Pero no hubo ni un solo caso de violencia. Yo y 19 compañeros fuimos
condenados por organizar la campaña, pero nuestras condenas se suspendieron,
principalmente porque el juez consideró que en todo momento se había hecho
hincapié en la no violencia y la disciplina.
Durante la campaña de desafío, se
aprobaron las leyes de Seguridad Pública y de Enmienda del Código Penal. Estas
contemplaban unos castigos más duros por las protestas contra [las] leyes. A
pesar de ello, las protestas continuaron y el ANC se mantuvo firme en su
política de no violencia. En 1956, 156 miembros destacados de la Alianza del
Congreso, entre los que me encontraba, fuimos detenidos. La política no
violenta del ANC fue puesta en tela de juicio por el Estado, pero cuando
el tribunal emitió su veredicto unos cinco años después, halló que el ANC
no tenía una política de violencia.
En 1960 se produjo el tiroteo de
Sharpeville, que tuvo como consecuencia la ilegalización del ANC. Mis
compañeros y yo, tras meditarlo detenidamente, decidimos que no íbamos a acatar
ese decreto. El pueblo africano no formaba parte del Gobierno y no hacía las
leyes por las que debía regirse. Creíamos en las palabras de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, que dice que “la voluntad del pueblo será la
base de la autoridad del Gobierno” y, para nosotros, aceptar la prohibición
equivalía a aceptar que se silenciase a los africanos para siempre. El ANC
se negó a disolverse, y, en vez de eso, pasó a la clandestinidad.
En 1960, el Gobierno celebró un
referéndum que condujo a la instauración de la república. Los africanos, que
representaban aproximadamente el 70% de la población, no tenían derecho a votar
y ni siquiera se les consultó. Asumí la responsabilidad de organizar la campaña
nacional para que la gente se quedara en casa coincidiendo con la declaración
de la república. Puesto que todas las huelgas de los africanos son ilegales, la
persona que organice dichas huelgas debe evitar ser detenida. Tuve que dejar mi
casa y mi familia y mi trabajo para esconderme y evitar que me detuvieran. El
quedarse en casa debía ser una manifestación pacífica. Se dieron instrucciones
precisas para evitar cualquier brote de violencia.
La respuesta del Gobierno fue aprobar
leyes nuevas y más estrictas, movilizar a las fuerzas armadas y enviar
mercenarios, vehículos armados y soldados a los municipios segregados en lo que
constituyó un alarde de fuerza masivo para intimidar a la gente. El Gobierno
había decidido gobernar exclusivamente por la fuerza y esta decisión marcó un
punto de inflexión en el camino hacia Umkhonto. ¿Qué debíamos hacer nosotros,
los líderes de nuestro pueblo? No teníamos la menor duda de que teníamos que
proseguir la lucha. Cualquier otra decisión habría sido una vil rendición.
Nuestra duda no era si debíamos luchar, sino la manera de continuar la lucha.
Los miembros del ANC siempre
hemos defendido una democracia no racista y nos alejábamos de cualquier acción
que pudiese distanciar aún más las razas. Pero la dura realidad era que lo
único que había conseguido el pueblo africano tras 50 años de no violencia era
una legislación cada vez más represiva y unos derechos cada vez más mermados.
Por entonces, la violencia ya se había convertido, de hecho, en un elemento
característico de la escena política sudafricana.
Hubo violencia en 1957 cuando a las
mujeres de Zccrust se les ordenó que llevasen un pase encima; hubo violencia en
1958 con el sacrificio selectivo del ganado en Sekhukhuneland; hubo violencia
en 1959 cuando la gente de Cato Manor protestó por los controles de los pases;
hubo violencia en 1960 cuando el Gobierno intentó imponer autoridades bantúes
en Pondoland. Cada altercado apuntaba a la inevitable intensificación entre los
africanos de la creencia de que la violencia era la única salida; mostraba que
un Gobierno que emplea la fuerza para imponer su dominio enseña a los oprimidos
a usar la fuerza para oponerse a él.
Llegué a la conclusión de que, puesto
que la violencia en este país era inevitable, sería poco realista seguir
predicando la paz y la no violencia. No me fue fácil llegar a esta conclusión.
Solo cuando todo lo demás había fracasado, cuando todas las vías de protesta
pacífica se nos habían cerrado, tomamos la decisión de recurrir a formas
violentas de lucha política. Lo único que puedo decir es que me sentía
moralmente obligado a hacer lo que hice.
Eran posibles cuatro formas de
violencia. Está el sabotaje, está la guerra de guerrillas, está el terrorismo y
está la revolución abierta. Optamos por adoptar la primera. El sabotaje no
conllevaba la pérdida de vidas y era lo que ofrecía más esperanzas para las
relaciones interraciales en el futuro. El resentimiento sería el mínimo posible
y, si la estrategia daba sus frutos, el Gobierno democrático podría llegar a
ser una realidad. El plan inicial se basaba en un análisis pormenorizado de la
situación política y económica de nuestro país. Creíamos que Sudáfrica dependía
en gran medida del capital extranjero. Pensábamos que la destrucción
planificada de centrales eléctricas, y la interrupción de las comunicaciones
telefónicas y ferroviarias, ahuyentarían la inversión en el país, lo que
empujaría a los votantes a replantearse su postura. Umkhonto llevó a cabo su
primera operación el 16 de diciembre de 1961, cuando fueron atacados varios
edificios del Gobierno en Johannesburgo, Port Elizabeth y Durban. La selección
de los blancos es una prueba de la política a la que me he referido. Si
hubiésemos pretendido atentar contra las personas, habríamos seleccionado
objetivos en los que se congrega la gente y no edificios vacíos y centrales eléctricos.
Los blancos no fueron capaces de
responder proponiendo cambios; respondieron a nuestro llamamiento proponiendo
los laager, una especie de fortines improvisados. Por el
contrario, la respuesta de los africanos fue de ánimo. De repente, volvía a
haber esperanza. La gente empezaba a hacer conjeturas sobre cuándo llegaría la
libertad.
Pero en Umkhonto sopesábamos la
respuesta de los blancos con desasosiego. Se estaban trazando líneas. Los
blancos y los negros se estaban pasando a bandos diferentes y la posibilidad de
evitar una guerra civil se reducía. Los periódicos blancos publicaban artículos
diciendo que el sabotaje se castigaría con la muerte. Si eso era cierto, ¿cómo
podíamos seguir manteniendo a los africanos alejados del terrorismo?
Nos sentíamos en el deber de
prepararnos para usar la fuerza a fin de defendernos frente a ella. Decidimos
por tanto tomar medidas para la posibilidad de una guerra de guerrillas. Todos
los blancos pasan por un servicio militar obligatorio, pero a los africanos no
se les proporciona ese entrenamiento. Desde nuestro punto de vista, era
esencial crear un núcleo de hombres entrenados que fuesen capaces de
proporcionar el liderazgo que se necesitaría si estallaba una guerra de
guerrillas.
Llegados a ese punto, se decidió que
yo debía asistir a la Conferencia del Movimiento Panafricano por la Libertad
que iba a celebrarse a principios de 1962 en Adís Abeba y que, tras la
conferencia, iniciaría un recorrido por los Estados africanos con el fin de
encontrar centros de adiestramiento para los soldados. Mi viaje fue un éxito.
Dondequiera que iba, encontraba solidaridad con nuestra causa y promesas de
ayuda. Toda África estaba unida contra la actitud de la Sudáfrica blanca y
hasta en Londres me recibieron con gran cordialidad dirigentes políticos como
Gaitskell y Grimond.
Empecé a estudiar el arte de la
guerra y la revolución y, mientras estaba en el extranjero, realicé un curso de
entrenamiento militar. Si iba a haber una guerra de guerrillas, quería ser
capaz de apoyar a mi pueblo y combatir junto a él, y de compartir los peligros
de la guerra con ellos.
A mi regreso descubrí que pocas cosas
habían cambiado en el panorama político, salvo que la amenaza de la pena de
muerte para el delito de sabotaje se había convertido en un hecho.
Otra de las alegaciones que presenta
el Estado es que los objetivos y fines del ANC y los del Partido Comunista
son los mismos. El credo del ANC es, y siempre ha sido, el credo del
nacionalismo africano. No es el concepto del nacionalismo africano expresado
por el grito de “Empujad al hombre blanco mar adentro”. El nacionalismo
africano que defiende el ANC es el concepto de libertad y plenitud para el
pueblo africano en su propia tierra. El documento político más importante que
ha adoptado el ANC en toda su historia es la “carta de la libertad”. No es
en ningún modo un plan para un Estado socialista. Exige la redistribución, pero
no la nacionalización, de la tierra; contempla la nacionalización de las minas,
los bancos y los sectores monopolistas, porque los grandes monopolios están en
manos de una de las razas solamente y, sin esa nacionalización, la dominación
racial se perpetuaría aunque se repartiese el poder político. Conforme a la
carta de la libertad, la nacionalización se llevaría a cabo en el contexto de
una economía basada en la empresa privada.
Por lo que respecta al Partido
Comunista, y si entiendo correctamente su política, defiende la creación de un
Estado basado en los principios del marxismo. El Partido Comunista hace
hincapié en la diferencia de clases, mientras que el ANC pretende que
convivan en armonía. Esta es una distinción esencial.
Es cierto que a menudo ha habido una
cooperación estrecha entre el ANC y el Partido Comunista. Pero esta
cooperación es simplemente la prueba de que hay un objetivo común – la
abolición de la supremacía blanca, en este caso — y no demuestra una
coincidencia completa de nuestros intereses. La historia del mundo está llena
de ejemplos similares. Quizás el más sorprendente sea la cooperación entre Gran
Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética en la lucha contra Hitler. Nadie
salvo Hitler se habría atrevido a afirmar que dicha cooperación convertía a
Churchill o a Roosevelt en comunistas. Las diferencias teóricas entre aquellos
que luchan contra la opresión son un lujo que no podemos permitirnos en este
momento.
Es más, durante muchas décadas los
comunistas fueron el único grupo político en Sudáfrica dispuesto a tratar a los
africanos como seres humanos y como sus iguales; que estaba dispuesto a comer
con nosotros; a hablar con nosotros, a vivir con nosotros y a trabajar con
nosotros. Eran el único grupo que estaba dispuesto a trabajar con los africanos
para lograr derechos políticos y ocupar un lugar en la sociedad. Debido a esto,
hay muchos africanos que, hoy en día, tienden a equiparar la libertad con el
comunismo. Esta opinión está respaldada por un poder legislativo que tacha de
comunistas a todos los exponentes de un Gobierno democrático y de la libertad
africana y proscribe a muchos de ellos (que no son comunistas) en virtud de la
Ley de Supresión del Comunismo. Aunque nunca he sido miembro del Partido
Comunista, he sido encarcelado conforme a esa ley.
Siempre me he considerado, en primer
lugar, un patriota africano. Hoy día me siento atraído por la idea de una
sociedad sin clases, y es una atracción que proviene en parte de las lecturas
marxistas y, en parte, de mi admiración por la estructura de las primeras
sociedades africanas. La tierra pertenecía a la tribu. No había ricos ni pobres
y no había explotación. Todos aceptamos la necesidad de que exista una cierta
forma de socialismo para permitir que nuestro pueblo alcance a los países
avanzados de este mundo y supere su legado de extrema pobreza. Pero esto no
significa que seamos marxistas.
Tengo la impresión de que los
comunistas consideran que el sistema parlamentario occidental es reaccionario.
Pero, por el contrario, yo lo admiro. La Carta Magna, la Petición de Derechos y
la Declaración de Derechos son documentos venerados por los demócratas en todo
el mundo. Siento un gran respeto por las instituciones británicas y por el
sistema judicial del país. Considero que el parlamento británico es la
institución más democrática del mundo, y la imparcialidad de su poder judicial
nunca deja de suscitar mi admiración. El Congreso estadounidense, la separación
de poderes de ese país y también la independencia de su poder judicial suscitan
en mí unos sentimientos parecidos.
Mi pensamiento se ha visto influido
tanto por Occidente como por Oriente. No debería atarme a ningún otro sistema
de sociedad concreto que no sea el socialismo. Debo liberarme para tomar
prestado lo mejor de Occidente y de Oriente.
Nuestra lucha es contra adversidades
reales, y no imaginarias, o, usando el lenguaje del fiscal del Estado, “las
llamadas adversidades”. Básicamente, luchamos contra dos elementos que
caracterizan la vida en Sudáfrica y que están reforzados por la legislación.
Estos elementos son la pobreza y la falta de dignidad humana, y no necesitamos
a los comunistas o a los llamados “agitadores” para enseñarnos algo sobre estas
cosas. Sudáfrica es el país más rico de África, y podría ser uno de los países
más ricos del mundo. Pero es una tierra de extraordinarios contrastes. Los
blancos disfrutan del que posiblemente sea el nivel de vida más alto del mundo,
mientras que los africanos viven en la pobreza y la miseria. La pobreza lleva
aparejada la desnutrición y la enfermedad. La tuberculosis, la pelagra y el
escorbuto provocan la muerte y la destrucción de la salud.
Sin embargo, los africanos no solo se
quejan de que son pobres y de que los blancos son ricos, sino de que las leyes,
que están hechas por los blancos, están diseñadas para mantener esta situación.
Hay dos formas de salir de la pobreza. La primera es mediante la educación
formal, y la segunda es que el trabajador adquiera una mayor destreza en su
trabajo y consiga así unos salarios más elevados. En lo que se refiere a los
africanos, ambas vías para progresar están limitadas deliberadamente por la
legislación.
El Gobierno siempre ha tratado de
poner trabas a los africanos en su búsqueda de educación. Hay una educación
obligatoria para todos los niños blancos sin casi ningún coste para los padres,
ya sean ricos o pobres. Los niños africanos, sin embargo, por lo general tienen
que pagar más por sus estudios que los blancos.
Aproximadamente el 40% de los niños
africanos en el grupo de edades comprendidas entre los siete y los 14 años no
van al colegio. Para los que van, los niveles son muy diferentes de los que se
exigen a los niños blancos. Solo 5.660 niños africanos en toda Sudáfrica
consiguieron superar la escuela primaria en 1962, y solo 362 aprobaron el
examen de ingreso en la universidad.
Esto concuerda previsiblemente con la
política de la educación bantú sobre la cual el actual primer ministro dijo:
“Cuando tenga el control de la educación nativa la reformaré para que a los
nativos se les enseñe desde su infancia a darse cuenta de que la igualdad con
los europeos no es para ellos. Las personas que creen en la igualdad no son
profesores deseables para los nativos. Cuando mi departamento controle la
educación nativa sabrá para qué clase de educación superior es apto un nativo,
y si tendrá una oportunidad en la vida de usar sus conocimientos”.
El otro obstáculo principal para el
progreso de los africanos es la prohibición basada en el color vigente en la
industria, según la cual los mejores trabajos están reservados solo para los
blancos. Además, a los africanos que consiguen un empleo en las profesiones no
cualificadas o semicualificadas abiertas a ellos no se les permite formar
sindicatos que sean reconocidos. Esto significa que se les niega el derecho a
la negociación colectiva, que sí se permite a los trabajadores blancos mejor
pagados.
El Gobierno responde a sus
detractores diciendo que los africanos en Sudáfrica viven en mejores
condiciones que los habitantes de otros países en África. No sé si esta
afirmación es cierta. Pero incluso si lo es, en lo que se refiere a los
africanos, es irrelevante.
No nos quejamos de que seamos pobres
en comparación con gente de otros países, sino de que somos pobres en
comparación con los blancos en nuestro propio país, y de que la legislación
impide que cambiemos este desequilibrio.
La falta de dignidad humana
experimentada por los africanos es una consecuencia directa de la política de
la supremacía blanca. La supremacía blanca implica la inferioridad de los
negros. La legislación diseñada para mantener la supremacía de los blancos
refuerza esta idea. Las labores de baja categoría son siempre realizadas por
africanos.
Cuando hay que llevar o limpiar algo
el hombre blanco siempre mira a su alrededor buscando a un africano que lo haga
para él, tanto si el africano es un empleado suyo como si no. Debido a esta
clase de actitud, los blancos tienden a considerar a los africanos como una
estirpe diferente. No los consideran personas con familias propias; no se dan
cuenta de que tienen emociones y de que se enamoran igual que los blancos; de
que quieren estar con sus mujeres y sus hijos igual que los blancos quieren
estar con los suyos; de que quieren ganar suficiente dinero para mantener a sus
familias como es debido, alimentarlas, vestirlas y enviarlas al colegio. ¿Y qué
sirviente, jardinero o jornalero puede esperar hacer esto alguna vez?
Las leyes relativas a los pases hacen
que cualquier africano esté sometido a la vigilancia policial en todo momento.
Dudo que haya un solo hombre africano en Sudáfrica que no haya tenido un roce
con la policía por su pase. Cientos, miles, de africanos son encarcelados cada
año conforme a las leyes de pases.
Y aún peor es el hecho de que las
leyes de pases separen al marido y a la mujer, y lleven a la ruptura de la vida
familiar. La pobreza y la ruptura de la familia tienen efectos secundarios. Los
niños deambulan por las calles porque no tienen escuelas a las que ir, ni
dinero para poder ir, ni padres en casa para ver que van, porque ambos
progenitores (si es que hay dos) tienen que trabajar para mantener viva a la
familia. Esto conduce a una ruptura de las normas morales, a un incremento
alarmante de la ilegitimidad y a la violencia, que surge no solo en el ámbito
político, sino en todas partes. La vida en los municipios segregados es
peligrosa. No hay un día en el que no apuñalen o ataquen a alguien. Y la
violencia se traslada fuera de los barrios segregados [hasta] las zonas donde
viven los blancos. La gente tiene miedo de andar por las calles cuando
anochece. Los allanamientos de morada y los robos están aumentando, a pesar del
hecho de que ahora se puede imponer la pena de muerte por estos delitos. Las
penas de muerte no pueden curar el resentimiento enconado.
Los africanos quieren que se les
pague un salario mínimo. Los africanos quieren realizar un trabajo que sean
capaces de realizar, y no un trabajo que el Gobierno declare que son capaces de
realizar. Los africanos quieren que se les permita vivir donde puedan conseguir
trabajo, y que no se les expulse de una zona porque no nacieron allí. Los
africanos quieren que se les permita poseer tierras en lugares en los que
trabajen, y que no se les obligue a vivir en casas alquiladas que nunca pueden
llamar suyas. Los africanos quieren formar parte de la población general, y que
no se les confine en sus propios guetos.
Los hombres africanos quieren que sus
mujeres y sus hijos vivan con ellos donde trabajan, y que no se les obligue a
llevar una vida poco natural en albergues para hombres. Las mujeres africanas
quieren estar con sus hombres, y no quieren quedarse viudas permanentemente en
las reservas. Los africanos quieren que se les permita salir después de las
once de la noche, y no quieren que se les confine en sus habitaciones como a
niños pequeños. Los africanos quieren que se les permita viajar en su propio
país y buscar trabajo donde quieran, y no donde la oficina de trabajo les diga
que lo hagan. Los africanos solo quieren una parte equitativa de toda
Sudáfrica; quieren seguridad y participar en la sociedad.
Por encima de todo, queremos los
mismos derechos políticos, porque sin ellos nuestras desventajas serán
permanentes. Sé que esto les parece revolucionario a los blancos de este país
porque la mayoría de los votantes serán africanos. Esto hace que el hombre
blanco tema la democracia. Pero no se puede permitir que este temor se
interponga en el camino de la única solución que garantizará la armonía racial
y la libertad para todos. No es cierto que la concesión del derecho al voto a
todo el mundo provocará una dominación racial. La división política, basada en
el color, es totalmente artificial y, cuando desaparezca, también lo hará el
dominio de un grupo de color sobre otro. El ANC se ha pasado medio siglo
luchando contra el racismo. Cuando triunfe, no cambiará esa política.
Esto, por tanto, es contra lo que
lucha el ANC. Su lucha es una auténtica lucha nacional. Es una lucha de los
africanos, movidos por su propio sufrimiento y su propia experiencia. Es una
lucha por el derecho a vivir. Durante toda mi vida me he dedicado a esta lucha
de los africanos. He luchado contra la dominación de los blancos, y he luchado
contra la dominación de los negros. He anhelado el ideal de una sociedad libre
y democrática en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con
igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero
lograr. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.
Discurso: "Un ideal por el que estoy dispuesto a morir" Nelson Mandela
Contexto
histórico
África 1912: Se crea el
Congreso Nacional Africano (ANC), a favor de la defensa de los derechos de los
africanos de Sudáfrica y el planteamiento de soluciones a favor de la igualdad
social y la disolución de la discriminación racial.
1949: durante esta época
Sudáfrica se vio enfrentada a la implementación de un sistema político enfocado
en la segregación racial, en donde se establecía, básicamente, la autoridad de
los blancos sobre las actividades del país. La separación de los grupos
raciales conllevo a la discriminación masiva hacia la raza africana, quien permaneció
bajo las nuevas reformas sociales en las que se limitaban sus opciones y se les
conducía a realizar solo aquello que era “aceptablemente” permitido.
El control social en
contra de los africanos toma fuerza, se declara entonces la supremacía de los
blancos, reconociendo sus propios derechos y negándolos para los africanos,
restringiendo su participación en la política y, en lo que puede considerarse, la participación
libre y adecuada en las actividades de su propio país.
Los africanos soportaron
diferentes actos de violencia, pero se mantuvieron bajo la promoción de la no
violencia y de la protesta pacífica, las cuales llevaron a formación de nuevas
leyes en su contra.
Año 1960: Se declara
ilegal el ANC, las reformas sociales continúan oprimiendo a los africanos por
lo cual se decide aceptar la lucha violenta, basada en el sabotaje más evitando
atentar contra cualquier vida.
Análisis
Este
discurso hecho por Nelson Mandela contiene su verdad, desmintiendo las
acusaciones con las cuales él y también ANC estaban siendo condenados. No está
limitado por justificaciones, sino que continúe la ideología de este líder, en
donde se transmite su claro deseo de
combatir la opresión social por parte de los blancos, a favor de los derechos
africanos.
En
su discurso mantiene una constante alusión a hechos que complementan sus ideas,
mencionando además su visión de la libertad y de la forma en la que él se motivó
a luchar por su pueblo.
Mandela
es consciente de las situaciones que lo llevaron a estar allí, reconociendo la lucha que ha representado
para los africanos luchar en busca de sus derechos. Atiende a las acusaciones, no refiriéndose a
las mismas de manera directa sino mostrando el recorrido de la lucha,
demostrando que las acciones cometidas son resultado de las dificultades
puestas, pero que sin embargo no se consideran traición y que además no
pretendieron atentaren contra las vidas.
Este
texto, escrito de forma narrativa, concluye con la reafirmación del deseo
colectivo africano y de su esperanza proyectada por la igualdad.
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